domingo, 30 de noviembre de 2008

EL PODER DE LA RESURRECCION




Dios quiere que vivamos vidas victoriosas por medio del poder que levantó a Cristo de entre los muertos. Su Victoria sobre la muerte hoy nos garantiza victoria sobre la vida.
Esta vida imperfecta donde la muerte asoma su cabeza por todas partes en el sufrimiento, en la enfermedad, en el pecado, en los conflictos, en los problemas económicos y familiares. Pero sepamos que todas esas Piedras han sido Removidas por medio de la RESURRECCION de CRISTO.

En la Carta a los Filipenses 3:7 al 11, del Apóstol Pablo, tenemos un llamado a cada uno de nosotros a considerar el precio de vivir en el poder de la Resurrección. Pablo era un hombre que sabía vivir en el Poder de la Resurrección, y nos muestra esto por su conducta victoriosa durante su encarcelamiento.
Pablo escribió esta carta a los filipenses mientras estaba en una cárcel romana.
La mayoría de nosotros nos hubiéramos deprimido en circunstancias similares, pero de ese encarcelamiento de Pablo sale una de las cartas más hermosas y más llenas de gozo y de gracia que se han escrito; la “Epístola a los Filipenses”.
Pablo escribió una carta llena de ánimo, gozo, paz, mientras estaba en esa cárcel romana. Ese es el triunfo de la Resurrección, ese es el Poder de la Resurrección.
El poder de Dios se manifestó grandemente en la vida de Pablo a través de un ministerio glorioso y poderoso, una palabra luminosa, una revelación como ningún otro hombre recibió, sanaciones, liberaciones, milagros… Pablo caminaba por la calle y por su sola sombra los enfermos sanaban…

El Poder de la Resurrección se manifestó en el Apóstol Pablo, tanto en su victoria sobre las adversidades y los problemas de la vida, y los sufrimientos como también en una victoria poderosa sobre el mal, sobre la muerte, los demonios, y las enfermedades.

Sin embargo ese Poder no le llegó a Pablo fácilmente, tuvo que padecer mucho. Pablo pagó un alto precio en sufrimientos, adversidad y todo tipo de pruebas que él tuvo que pasar a través de su vida y su ministerio. En su Segunda Carta a los Corintios, Capítulo 11, versículos 23 y 29, nos detalla en un largo recuento todas las cosas que él tuvo que padecer en su ministerio: “... azotes, persecución, naufragios, encarcelamientos, lo apedrearon varias veces y lo dejaron por muerto...”

Muchas veces vemos el poder de Dios correr a través de una vida, vemos gente llena del Espíritu Santo, vemos gente viviendo vidas victoriosas, gente reflejando el gozo del Señor en medio de los sufrimientos y los padecimientos, pero muchas veces detrás de eso hay un precio que se ha pagado. Hay padecimiento, hay sufrimiento, hay pruebas, hay dolor que se ha pasado…pero todo eso sirvió para vivir una vida cristiana victoriosa.

Y lo que más le costó a Pablo fue el tener que Despojarse de sí mismo, de su ilustre pasado, de su bagaje personal, de todo lo que él consideraba valioso e importante en la vida. Pablo hubiera podido decir … ‘yo nací en una familia ilustre, la mejor familia de mi ciudad y pertenezco a un linaje familiar de gente noble con grandes títulos a su nombre’. Todas estas cosas Pablo podía decirlas porque fueron una realidad en su vida. él estudió con el mejor maestro de su tiempo. Él fue miembro del Sanedrín, el grupo más selecto de rabinos judíos que tenían autoridad civil además de autoridad espiritual. Él era un hombre de gran autoridad y tenía cartas para perseguir a la iglesia y encarcelar a la gente, porque tenía poder y tenía autoridad.

Pablo tuvo que echar a la basura su educación, su teología, su posición social y política, para poder ser cristiano y entrar en un llamado apostólico. Si Pablo se hubiera Aferrado a todo eso, hubiera vivido una vida “normal” PERO se hubiera Perdido la Gloria de su Apostolado…

Pero el que quiera Gloria en Dios tiene que pagar el precio… El que quiere ser usado por Dios tiene que abandonar la idea de vivir una vida normal y cómoda…. El que quiere que el poder de Cristo corra a través de su vida, como Río de Agua Viva, tiene que estar dispuesto a sangrar, tiene que estar dispuesto a sudar, tiene que estar dispuesto a derramar lágrimas, tiene que estar dispuesto a pasar noches en vela, tiene que estar dispuesto a buscar la Unción de Dios, tiene que estar dispuesto a dejar cosas que ama y que, si bien no son malas en si, pero que son un obstáculo para que la gloria de Dios corra a través de su vida.

Si Pablo, en cambio, cuando Cristo se le reveló, hubiera dicho, ‘…No Señor, si yo te acepto a Ti, mis colegas me van a dejar, mi familia me va a desheredar, mis hermanos judíos me van a perseguir, yo me convertiría en un don nadie, perdería mis títulos, perdería mis credenciales, mi trabajo y mi salario, también perdería mi posición social…’ Y Pablo hubiera podido vivir su vida “normalmente”, pero se hubiera perdido esa gloriosa victoria de ser un hombre usado en una manera extraordinaria por el poder de Dios.

En cambio, el camino a la VICTORIA EN CRISTO del Apóstol Pablo viene como Resultado de haberse DESPOJADO de todas esas cosas atractivas que eran un impedimento para entrar en el Poder de Cristo Resucitado…!

Por eso Cristo dice: “El que pierda su Vida la Ganará y el que gane su Vida la Perderá”
Es decir, el que quiera conservar su “normalidad” y no esté dispuesto a ceder su vida y las cosas que valora a Cristo, NUNCA LLEGARA A CONOCER EL VALOR DE LA RESURRECCION.

Cristo dice que si el Grano de Trigo No cae a tierra y muere se queda solito, pero si muere, lleva mucho FRUTO. Este es el MISTERIO de la vida cristiana. El hecho de dejar cosas que amamos y que son importantes y ponerlas sobre el Altar para que nosotros podamos experimentar el Poder de la RESURRECCION en nuestras vidas. Lo que amamos, lo que valoramos, lo que nos importa, tenemos que estar dispuestos a DARSELO al Señor para que la GLORIA de Dios pueda manifestarse en nosotros.

Cuando Dios le pidió a Abraham que le entregara a su hijo, su único hijo a un hombre, que tiene un solo hijo y que lo ha esperado toda su vida y Dios se lo ha dado, y al final de su vida Dios le dice, ‘Entrégame ese hijo y sacrifícamelo’. Abraham le hubiera podido decir, ‘No, Señor, gracias yo amo a mi hijo demasiado, tu me lo diste, ahora me lo voy a disfrutar hasta el último día…’, y hubiera podido hacerlo. Pero Abraham NO le negó a Dios su Unico Hijo. Y Dios le dijo; ‘Abraham, está bien’. Cuando Abraham ya iba a bajar el puñal sobre su hijo, Dios le manda un ángel que le dice; ‘No, Abraham, ya, y por cuanto no estabas dispuesto a negarme a tu hijo, como estabas dispuesto a dármelo, Yo te voy a bendecir de manera que tu descendencia va a ser tan numerosa que si el mar con sus granos de arenas no se puede contar, así tampoco se podrá contar tu descendencia’. Y durante miles de años toda una humanidad ha descendido espiritualmente de ese hombre de fe que se llama Abraham, Porque estuvo dispuesto a despojarse de lo que amaba.

En Filipenses 3: 10, Pablo nos dice: “... a fin de conocer a Cristo, y el poder de su resurrección y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte.”
Para conocer a Cristo hay que caminar el mismo camino que él anduvo, dice la palabra del Señor. ¿Y cuál fue el camino que Cristo anduvo? Léase Filipenses Capítulo 2, versículo 5 al 11, donde dice allí que Cristo se despojó a Sí mismo,
se vació a Sí mismo en obediencia al Padre, para Salvar a la humanidad y vivió una vida de humildad, de obediencia, de sujeción a la voluntad del Padre.
Y eso es lo que nosotros tenemos que hacer, si queremos vivir en el poder de la Resurrección, si queremos conocer a Cristo, tenemos que conocerlo en el camino que El anduvo y eso quiere decir que tenemos que vivir de la misma manera, en humildad, en sujeción al Padre, en obediencia, en santidad, en darle al Señor todo lo que él quiera de nosotros.

Jesús decía que él no hablaba nada sino lo oía primero de su Padre, y no hacía nada si su Papá no se lo mandaba… que nosotros podamos andar en esa obediencia en nuestra propia vida. Nuestro deseo debe ser siempre darle al Señor todo lo que él nos pida, entregarle al Señor todo aquello que se interponga entre él y nosotros. Hermano, que tu vida sea un continuo despojarte, que tu camino y el rastro que tu dejes en tu vida sea simplemente soltando cosas, que la gente pueda seguir tu camino y sepa donde tu estás porque detrás de ti, tu vas dejando cosas que no agradan al Señor, porque tu estás comprometido a que tu vida sea una vida de entrega total al Señor, de despojo continuo para que tu puedas conocer a Jesús. Si queremos conocer a Jesús tenemos que andar como él anduvo…

Y entonces Pablo añade, dice, “... y quiero conocerle a él y el poder de su resurrección....
Para conocer el poder de la Resurrección hay que despojarse de muchas cosas que amamos pero que son obstáculos. Al poder de la Resurrección No se llega sino por medio de someternos a la disciplina divina y al entrenamiento del soldado cristiano. ……Si tu quieres el poder de la resurrección, hermano, dale al Señor cosas.

Y Pablo añade finalmente, “....y la participación de sus Padecimientos...”

Nosotros podemos decir Amen a conocer a Cristo, podemos decir amen al poder de la resurrección, ¿pero cuántos podemos decir amen a la participación de sus PADECIMIENTOS...?
Ahí es como que calladitos nos vamos separando de esa declaración. Pero Pablo dice “quiero conocerlo en la participación de sus padecimientos”. ¿Por qué? Porque para conocer el poder de Cristo de la RESURRECCION, hay que conocer los Padecimientos del Cristo de la Crucifixión.
En Romanos, Capítulo 6 versículos 5 al 8. El mismo Apóstol Pablo dice: “...porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección....”

En otras palabras, hermanos, hay que morir para vivir…, hay que ser crucificado para ser resucitado…, hay que vivir el viernes de la Crucifixión para participar del domingo de la Resurrección….!

No más querer ser gente de poder y de prosperidad, si no somos gente de crucifixión, si no somos gente de santidad, si no somos gente de consagración, si no somos gente de servicio, si no somos gente de devoción, si no somos gente de lectura de la Palabra, si no somos gente de ayunar, si no somos gente de entregarle al Señor los hábitos que amamos y los privilegios que amamos.

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